viernes, 18 de abril de 2014

Últimos días en Kasthamandap

Son las siete de la mañana y escribo esto desde un banco junto al lago Phewa en Pokhara, la segunda ciudad más grande de Nepal. La esperanza que perdí en Katmandú, Pokhara me la ha devuelto.

Una mañana, en Katmandú, dejé la mochila en la recepción del hotel (cosas sin importancia: medicinas, pasaporte, jabón, calzoncillos limpios); cogí lo verdaderamente importante (cargador para el móvil, paquete de galletas, bote de mermelada) y me fui en trasporte público hasta el pueblo vecino de Nagarkot, en las montañas. Aclaro lo de trasporte público porque es toda una experiencia: el autobús se coge en mitad de la calle (sólo hay que esperar a que pase uno con el revisor gritando "¡Nagarkot!" desde la puerta), hay un apretujamiento máximo, música nepalí a todo volumen y gente viajando en el techo. Yo querría haber viajado en el techo pero aún había asientos libres cuando lo cogí.

Katmandú está situada en un amplio valle neblinoso rodeado de montañas; Nagarkot es un pueblecito idílico en la cresta de un monte, varias casas y hostales desperdigados, y muchísimos senderos que se pierden en todas direcciones. Los nagarkotíes son muy amables (en este post os prometo un gentilicio aún más exótico), siempre sonrientes y saludando con un Namasté caluroso (he aprendido que Namasté quiere decir "lo Divino que hay en mí saluda a lo Divino que ha en ti"). Una vez me hube instalado en un hostal, me di un paseo por la zona y vi una puesta de sol surrealista; el sol amarillo desapareció bajo el horizonte, un poco más abajo reapareció naranja, volvió a desaparecer y un poco más abajo volvió a salir, rojo. Luego volví a Nagarkot haciendo footing porque se hacía de noche y me daban miedo las panteras. Pero el objetivo principal de estar allí era el amanecer de la mañana siguiente. Me habían dicho que, al amanecer, antes de que suba la niebla, se ve en el horizonte el perfil majestuoso del Himalaya y, si está particularmente claro el día, es posible ver incluso el Everest.

Así que me desperté a las cuatro de la mañana, me enfundé en mi chaquetón porque hacía mucho frío, y subí a la terraza del hotel a ver cómo amanecía. Me puse incluso musiquita mística, apropiado para lo sublime del momento. Aquel sería el clímax de mi viaje y, quizás, de mi vida; tendría una revelación o algo.

Finalmente, no se vio un mojón. Ni el Everest, ni el Kanchenjunga, ni siquiera un miserable pico nevado sin importancia. Tenía la misma visibilidad del Himalaya que de los Andes. El sol salió entre la niebla y a las diez de la mañana, cuando ya me había escuchado toda la música mística y no mística que hay en mi móvil, y era evidente que no se iba a ver nada por culpa de la niebla, desayuné las galletas y la mermelada, que me supieron amargas, y me fui a dormir.

Se ve que en Nagarkot los miércoles son el día de bañar a los niños: aquella mañana en la puerta de cada casa estaban las madres bañando a sus hijos en barreños. La verdad es que el pueblo es bucólico hasta decir basta; pero los perfiles montañosos que se ven en las fotos son un engañoso cebo para los pringadillos como yo.

Katmandú, Kasthamandap, "el Refugio de Madera", la ciudad que es a la vez un sueño plácido y una pesadilla, siguió sorprendiendome. Un día me di un largo paseo hasta el templo de Pachupati; es increíble, en una sola mañana, las variaciones urbanas que pueden verse: la zona turística, reconfortante pero falsa; la zona de las empresas, con tráfico atroz y edificios futuristas espantosos; la zona pobre, junto al río-alcantarilla, con senderos rocosos y embarrados en lugar de calles; la zona residencial, con casitas bonitas, templecitos y niños que van al colegio en uniforme. Finalmente, el conjunto de templos de Pachupati. Irónicamente, el ídolo principal del templo principal es una escultura fálica. Para entrar al recinto había que pagar 1500 rupias, pero me hice el longuis, me puse la mascarilla y entré sin problema. Paseé entre las monumentales pagodas y vi que salía humo de cerca de una de ellas. Algún tipo de hoguera ritual, me dije. Me acerqué a mirar. Piras funerarias.

Me voy a poner serio. Mi primera reacción fue una gran impresión. Sobre todo, porque no me lo esperaba: yo sabía que tarde o temprano vería piras funerarias (el corrector insiste en cambiarme Piras por Puras, qué mal rollo macho), pero no esperaba verlas en ese momento, tan de repente. Ahí, junto a un río sucio, se levantaba una hilera de plataformas de piedra: en algunas no había nada, en otras había madera amontonada, y en otras ardían hogueras. Una parte de mi cerebro se resistía y pensaba que probablemente lo que ardía era sólo madera, como si estuvieran ensayando cómo hacer la pira. Jajaja. Crucé un puentecito, me senté a la sombra de una especie de capilla, y ante mis ojos se desarrolló lo siguiente.

Unos hombres llegaron cargando unas angarillas con un bulto envuelto en telas naranjas, y lo dejaron en el suelo. Un cadáver, vamos. Entretanto, un sacerdote había apilado madera en una de las plataformas de piedra, y disponía a su alrededor hierba seca y paja mojada, para que ardiera más lentamente. La familia del muerto iba reuniéndose poco a poco; a todo esto, pasaban vendedoras con botellas de agua, y un grupo de niños la estaba liando muy cerca. Dos empezaron a pegarse y de una capillita salió un hombre con un palo para que se relajaran. Otros niños nadaban en el riachuelo y pasaban por el fondo imanes atados a cuerdas para capturar monedas. No os imaginéis un río grande: no eran más de dos metros de ancho, y el agua es negra y maloliente. Hay monos y perros merodeando. A todo esto, al muerto nadie le hacía ni caso (un soplo de viento levantó la tela y desveló que era una muerta). Trajeron luego un par de cadáveres más, y esto que os cuento empezó a desarrollarse por triplicado.

Pusieron a la muerta en una plataforma inclinada, y ahí la cubrieron de polvos rojos, flores y arroz. Le encendieron varillas de incienso y luego dejaron al descubierto su rostro y le dieron a beber agua del río. Se me ocurren muchas bromas al respecto pero me las ahorraré. Luego transportaron el cuerpo, entre lloros, hasta lo alto de las maderas apiladas. Uno de los familiares cogió una antorcha y la colocó a la altura del cuello de su difunta; el sacerdote cubre de paja el cuerpo, y al poco todo empieza a arder; primero con mucho humo, luego mucho fuego feroz.

Cuando sólo quedan cenizas y madera carbonizada sobre la plataforma, y ya hace tiempo que la familia se ha ido, el sacerdote empuja los restos con palos y escobas al río; limpian la plataforma humeante con agua, y se queda esperando a la siguiente pira. A la pregunta morbosa que todos nos hacemos, ¿a qué huele?, respondo: a nada. Ni se huele ni se ve nada mórbido ni siniestro. De hecho, pasado el choque inicial, al final lo encontré todo muy natural, incluso relajante: había un cadáver y al final no queda nada: polvo somos... Aunque no negaré que me quedé tocado para el resto del día; pero fue la primera impresión, los primeros segundos de espanto, los que más marcados se me quedaron en el interior.

A la mañana siguiente me iba del hostal, pero todos dormían profundamente y la puerta estaba cerrada con llave. Grave problema: mi autobús hacia Pokhara salía en media hora. Debajo de una escalera encontré durmiendo en un colchón a los mozos del albergue y, en un poyete, vi una llave; probé suerte y era la de la puerta principal. Dejé la llave donde estaba y me fui, riéndome al imaginarme lo perplejos que se quedarían cuando despertasen.

No es que yo quiera hablar de cosas malas, pero lo peor de este país no son los cortes de electricidad programados, ni los ríos, ni los vendedores de hachís; lo peor son los turistas. Yo soy turista, lo sé; y me alegro de ver y poder hablar con otros turistas, porque es más fácil compartir ideas e impresiones con un valenciano que con un jatamansino. Pero en Katmandú el turismo está masificado y hay gente que va en un plan muy chungo, y como el blog es mío pues aquí me desahogo. He visto a personas adultas regatearle cinco rupias (cuatro céntimos de euro) a una mujer que vendía botellas de agua. En las piras funerarias, había turistas con sus cámaras de fotos que se acercaban al fuego más incluso que el sacerdote. En una calle, después de rechazar a la gente que te va ofreciendo taxis, masajes, excursiones, hachís, me viene una chica europea a darme el flyer de un pub irlandés, como si estuviéramos en la calle Larios. Y mi última noche en el hotel estaba sentado en la recepción charlando con el recepcionista, y su hijo pequeño jugando por ahí con una pelota, cuando llegó un mochilero italiano muy maleducado. Sin siquiera preguntar el precio dijo que no quería pagar mucho así que prefería quedarse en el sofá de la recepción. El recepcionista accedió y el tío, sin preguntar siquiera, se puso a liarse un porro ahí mismo. Seguro que en Italia no hace lo mismo; perdonad que me ofusque pero me fastidió mucho.

Así que venía con un poco de miedo a Pokhara, que por lo que había escuchado es una especie de mochilerolandia; por suerte la experiencia nos hace más sabios. Nada más llegar pregunté a un chaval por dónde estaba la zona turística (para ir en la dirección contraria) y he encontrado un hotel precioso, junto al lago, con unas vistas espléndidas. Esta mañana, sin ningún tipo de esperanza, abrí las cortinas y vi lo que ayer me ocultaba la niebla cuando llegué, lo mismo que me ocultó la niebla en Nagarkot: una enorme cordillera nevada, majestuosa y que da casi miedo: el Annapurna. Si lo llego a saber, me pongo musiquita antes de descorrer las cortinas.

Pero ya me he extendido mucho por hoy y quiero darme un paseo. El próximo día os cuento de Pokhara.

3 comentarios:

  1. Genial, iyo. Un pos que nos presenta a Rixal, nuestro RIxal, en estado puro:

    -Da igual que la palme García Márquez, ahí está el Richi: "La esperanza que perdí en Katmandú, Pokhara me la ha devuelto".

    -Osado, valiente y atrevido: "Yo querría haber viajado en el techo pero aún había asientos libres cuando lo cogí" y nosotros nos lo creemos.

    -Romántico, hasta la tomadura de pelo: "el sol amarillo desapareció bajo el horizonte, un poco más abajo reapareció naranja, volvió a desaparecer". Pero bueno, cómo va a reaparecer el sol POR DEBAJO DEL HORIZONTE, Ricar? A quién vas a engañar?

    -Peliculero: "Me puse incluso musiquita mística, apropiado para lo sublime del momento"

    -Pillín: "un soplo de viento levantó la tela y desveló que era una muerta"
    " Finalmente, el conjunto de templos de Pachupati. Irónicamente, el ídolo principal del templo principal es una escultura fálica" Pa chupati lo que yo me sé, Ricardo.

    -Con un sexto sentido innato: "¿a qué huele?, respondo: a nada. Ni se huele ni se ve nada mórbido ni siniestro" Ricardo, iyo, como mínimo huele un poco a pollo asao, te lo aseguro. Que tienes ya atrofiada la nariz, de tanta India.

    - Solidario con la peña: "Seguro que en Italia no hace lo mismo; perdonad que me ofusque pero me fastidió mucho" Dí que sí, Rikardo.

    -Y sobre todo, divertido, irónico y sugerente: "dejaron al descubierto su rostro y le dieron a beber agua del río. Se me ocurren muchas bromas al respecto pero me las ahorraré" " Si lo llego a saber, me pongo musiquita antes de descorrer las cortinas", "vería piras funerarias (el corrector insiste en cambiarme Piras por Puras, qué mal rollo macho)"

    Enga, Rixar, hasta el próximo.

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  2. que tu hermano salga a correr pa-ver si encuentra panteritas, no tiene precio

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  3. Bueno,me parece impresionante y truculento tu encuentro con las Piras funerarias, y comprendo totalmente que te dejaran marcado (aunque digas que al final resulta natural...). Salvando ese episodio del que no haré más comentarios, este post me ha parecido muy divertido y con esos puntos álgidos típicos que te arrancan una carcajada .Que si la musiquita, que si la mascarilla, que si la llave del hotel.... Estoy con Eleuterio El Indio Envidioso.
    Ah, muy bonitos los dos gentilicios, di que si.
    Feliz estancia en las puertas del Himalaya, más de uno te envidiará por poder ver esas montañas y poder correr por esos lares

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