jueves, 10 de abril de 2014

Camino a Nepal, primera parte

Escribo esto desde la pequeña y pacífica ciudad de Bhimdatta, en Nepal, país al que me convenía venir por motivos de visado. Estos últimos días han consistido básicamente en largos e infernales viajes en autobús, desde la paz de Manali hasta la paz de aquí, que me dispongo a relataros en dos partes para que no os aburrais y para tener así el doble de comentarios.

SHIMLA

Como venía diciendo en el post anterior, me despedí de Manali de madrugada, cuando todo el mundo dormía y nadie podía convencerme de lo contrario; de otra manera hubiera entrado en un bucle y a estas alturas aún estaría rodeado de montañas e israelitas.

Me embarqué en un viaje infernal hacia Shimla; el paisaje era genial pero me mareé así que más que en los Himalayas me concentré en no vomitar. Después de muchas horas y de que unos chavales limpiaban el autobús a manguerazos, llegamos a Shimla, la ciudad-laberinto en la montaña.

Era la segunda vez en este viaje que vuelvo a una ciudad de la que me he ido (la primera vez fue a Ahmedabad después de la boda de Manali, la prima, no la ciudad), y la sensación es muy agradable. De alguna manera, conoces ya un poco la estructura y el ambiente del sitio, y puedes concentrarte más en disfrutar el lugar y explorar los sitios más recónditos. De todas maneras no sé para qué digo esto porque en los dos días que estuve de vuelta en Shimla no dejó de llover así que estuve encerrado en casa con Unara, Tarim, y el lacónico padre de familia.

Me contaron historias de fantasmas. Y os digo una cosa: una historia de miedo en la India, contada por un indio que se la cree a pies juntillas, da mucho miedo. Unara me contó mientras cocinaba cómo una noche hace muchos años llegó a Delhi y se perdió en unas calles neblinosas,  y que un señor vestido de negro al que no llegó a verle la cara la acompañó exactamente al lugar que buscaba y que luego desapareció sin dejar rastro. También me contó que en el oscuro y desierto camino de Shimla a Sanjauli, una noche un joven volvía del cine y se encontró a un vendedor solitario vendiendo naranjas, y que cuando el chico se le acercó, vio que el hombre tenía las uñas larguísimas y horribles; que le dio mucho miedo y en esto pasó un desconocido en moto que se ofreció a llevarle a Sanjauli, pero cuando se acercó vio que sus uñas también eran largas como cuchillos... por último me contó que en esa misma casa había habido un espíritu maligno, precisamente en la habitación donde yo duermo; pero que vino un día un gurú exorcista y lo echó de la casa para siempre. Suena a risa pero con la lluvia arreciando fuera, cuadros por toda la casa representando dioses siniestros, y los ojos temibles de Unara clavados en mí, me rilé bastante.

El nueve de abril, para celebrar la víspera del cumpleaños del dios Rama, celebramos en casa una pooja, que es un pequeño ritual religioso en el cual se le ofrece algo al dios. Todo fue muy solemne. Por la mañana nos duchamos (órdenes de la madre) y Tarim le pasó cristasol a los cuadros de los dioses siniestros; luego nos reunimos en torno a la foto de un templo y unas velas aromáticas, Unara recitó unos versos, luego nos pusimos un punto de color en la frente y nos servimos cada uno un plato de comida, incluyendo un plato para el dios, que más tarde el padre llevaría al templo. Para terminar, nos pusimos unas pulseras cuyo significado desconozco. Bueno, en realidad desconozco todos los significados.

DEHRADUN

El día de la pooja no dejó de llover y granizar, para terror de los monos que no dejaban de gritar por los tejados. Cuando escampó, al anochecer, fue hora de irme. Me las prometía muy felices en un autobús nocturno catalogado como "deluxe". Jajaja.

Fue otro viaje infernal. No pegué ojo en toda la noche, y no porque no quisiera sino porque mi ventana no cerraba bien, y entraba un frío pelón. Además de que el asiento era bastante incómodo. Así que sufrí en silencio toda la noche, pero no era plan de quejarme: ¡algunos indios tenían que ir de pie en el pasillo!

El autobús nos dejó, sobre las 5.00 am, en la ciudad de Dehradun, que permanecerá ignota en mi memoria. A las 5.01 un rickshaw wala se me ofreció, muy seguro de si mismo, a llevarme a Haridwar por ochocientas rupias; a las 5.02 cogí un autobús que me llevó a Haridwar por sesenta.

HARIDWAR

De nuevo en una ciudad que ya había visitado: good vibrations. Ya sabía adónde ir: el Hotel Dorado; sabía hasta qué habitación era la que tenía el cuarto de baño occidental (la 105). Me eché una siesta, luego pasó una boda por la ventana armando gran jaleo y tirando fruta; a mi me lanzaron un plátano, y salí a darme un paseo para comérmelo tranquilo.

Dos pasos di en la ruinosa acera, cuando por no mirar bien, tropecé con algo y se abrió una pequeña herida en el pulgar; nada serio pero con sangre. Maldito país, me dije. Pero la India te da una de cal y otra de arena. Un minuto más tarde, estaba sentado en la parte se atrás de la moto de un desconocido, que me llevó a una farmacia a curarme la herida y ponerme unas tiritas. Bendito país, me dije. Luego me llevó de vuelta al hotel y le regalé lo único que llevaba en la mano: el plátano.

Lo mejor de Haridwar fue un nuevo amigo que hice, un chico canadiense llamado Martin, que se hospedaba en mi mismo hotel. Pasamos juntos el rato, caminando por Haridwar, charlando mucho y maravillándonos una y otra vez ante la gente, siempre la gente.

Era el cumpleaños del dios Rama (que en realidad no es un dios sino una personificación de Vishnu, que sí que es un dios), y al atardecer había una gran multitud a orillas del Ganges, entregada a él. Ruido por todas partes, campanas, tambores, cánticos, rezos por megáfono; fuego, ya sea antorchas agitadas por monjes o pequeñas candelas que el agua se lleva, o en unas bandejitas que pagas unas rupias y puedes pasarte el humo por la cara. Vendedores y vendedoras, timadores, mendigos, santones agitando varas con cascabeles. Gente bañándose, claro, bebiendo el agua, echándola al público; gente casi en cueros, y alguno que otro en cueros. No hay solemnidad ni silencio, es como una gran fiesta, la gente se empuja en el agua, se hacen ahogadillas, los niños pasan redes por el fondo para hacerse con las rupias que otros han tirado; y por encima de las casas, presidiendo la escena, un cartel gigante que dice Nokia Conecting People.

Es tan impactante todo, tan constructivo pero demoledor, que al final me quedé dos días más en Haridwar; y luego fue hora de despedirme de Martin y seguir mi camino.

3 comentarios:

  1. iyo, coge el autobus de la ruta numero 1, que te lleva a un sitio chulo, no cojas la ruta 2 ni la 3 ni la 4, no me fio.

    la anecdota del pulgarcito y de que te tiren una banana y que te la quieras comer, me parece lo mismo que a ti la fiesta del dios ramita, demoledora y constructiva.

    por cierto. el dios rama es un descendiente del dios abeto. abre los ojos! tambien son muy santificados y nokia conecting people les hace muchas fiestas al dios raiz, a la diosa maceta y al dios astilla.

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  2. Joer, Ricardo, parece un capítulo de "sin noticias de Gurb", pero en plan indio. Solo falta la pepsi-cola.
    Enga, me voy a leer el siguiente, que tenía este pos atrasado, pero no quería dejarlo sin ponerte un comentario.
    Enga, saludos al burro.

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