jueves, 10 de abril de 2014

Camino a Nepal, segunda parte

No me puse camino a Nepal por gusto. El caso es que la visa de turismo para 6 meses, como la mía, tiene la condición de que tengo que dividir mi estancia en dos partes: "cada estancia no podrá exceder los 90 días", dice bien clarito. Así que tenía que salir del país tarde o temprano; España me pilla un poco a trasmano y mi barba aún no ha crecido lo suficiente como para pasar desapercibido en Afganistán; así que Nepal me pareció una buena opción, y la frontera desde Banbassa (en la India) hasta Bhimdatta (en Nepal), la más cercana.

BANBASSA

De nuevo un viaje infernal, desde Haridwar a Banbassa. Los dos autobuses anteriores eran privados o "deluxe". Éste era un autobús de línea... durante ocho horas... por una carretera absolutamente destrozada, y un conductor kamikaze claxonero. Por suerte era en llano y no había curvas. La conducción aquí es un puro adelantamiento, hay dos carriles y ambos se pueden utilizar para los dos sentidos; los arcenes también. A veces pasábamos por zonas de cultivos o de bosque, pero por lo general el paisaje parecía un pueblo continuo, siempre hay casas, siempre hay tiendas, siempre hay gente, parados o en movimiento, a caballo o en bici o en carros o embutidos en furgonetas. Es verdaderamente abrumadora la cantidad de gente que hay en todos lados.

Quiero hacer un paréntesis-mención a los camiones indios. Son numerosísimos, creo que es el tipo de vehículo que más circula, y son muy divertidos. He leído por ahí un símil muy acertado, y es que parecen carrozas del desfile del orgullo gay. Y es verdad. Todos los camiones, sin excepción, van pintados de colorines, sobre todo la cabina. Por encima de los colores, dibujos, sobre todo corazones, ojos y pavos reales. De todas partes cuelga espumillón, cascabeles, borlones, cintas brillantes; hay muchos camiones de cuya delantera cuelga una zapatilla. También tienen pintados muchos símbolos religiosos, Oms (que es el símbolo más sagrado de todos) y esvásticas y lo que se les ocurra. Por encima de todo este color y brillantina, mucha información escrita: números de teléfono, tipo de permiso de circulación (toda India, o bien sólo algunos estados), y una serie de emblemas: "India is great"; "claxon por favor" y "echa las largas por la noche" (para los que quieran adelantar); y "deja distancia de seguridad, que yo no lo hago". Además, el claxon suele ser alguna cancioncilla estridente y las luces de posición no son blancas ni amarillas sino de colorines intermientes. En resumen, cruzarse con un camión es todo un festival para los sentidos. Cierro paréntesis.

Si de algo he pecado en este viaje, ha sido de leer de antemano demasiada  información sobre los sitios que iba a visitar, o las situaciones a las que me iba a enfrentar. Había últimamente dos asuntos en particular que me preocupaban. El primero, que al parecer uno no podía salir de la India y luego entrar al día siguiente, sino que había que esperar como mínimo DOS MESES. Esto hubiera complicado un poquito mis planes, la verdad. El segundo asunto era que la frontera de Banbassa era difícil de cruzar: que si sólo abría a determinadas horas, que si los polis están borrachos, que si no es segura, que si hay que pagar la visa nepalí con dólares americanos y nadie sabe con seguridad si admiten euros. En Internet, la gente habla y habla sobre estos temas pero nadie sabe nada con certeza; y yo, cagueta como soy, me las veía negras para salir sano y salvo de este trámite. Así que en principio tenía pensado pasar de largo de Banbassa y alojarme en la ciudad vecina de Tanakhpur para al día siguiente, desde primera hora de la mañana, dedicarme con energías renovadas a cruzar la frontera y enfrentarme a todos mis enemigos. Y sin embargo, cuando el autobús paró en el pueblecito fronterizo de Banbassa a eso de las cuatro de la tarde, no se bien por qué impulso suicida, me bajé. Al cuerno los foros de Internet.

Banbassa es una aldea en medio del campo, cuatro casas y un bazar. Le pregunté a un señor que por dónde se iba a la frontera y me dijo que le siguiese, que él también iba para allá. Nos montamos en su moto y me condujo por las callejuelas y luego por un bosque de árboles majestuosos, un atajo, me dijo. Luego fuimos paralelos a un río durante un trecho, río que hace de frontera; luego cruzamos un puente muy largo y finalmente nos encontramos con el primer puesto de control. Ya está, aquí empieza la hecatombe, me dije. El señor no tenía que presentar ningún papel ni nada. Yo me bajé de la moto y entré en una cabaña-oficina. Allí había dos funcionarios, pero no estaban borrachos. Al contrario, eran muy agradables. Me hicieron algunas preguntas (algunas formales, otras por pura curiosidad), sellaron mi pasaporte, y cuando les expuse mi mayor miedo con voz temblorosa, me dijeron que podía volver a entrar en la India mañana mismo si quería, que lo de los dos meses no era cierto.

Volví con el señor de la moto (cuya amabilidad era un tanto sospechosa), y cruzamos un kilómetro de campo, tierra de nadie entre los dos países. Luego cruzamos otro riachuelo y volví a entrar en una oficina-casucha, esta vez de la autoridad nepalí. Ya está, ahora es cuando me dicen que no aceptan euros, sólo dólares, me dije; y hasta mañana no puedo entrar en la India a cambiar dólares así que voy a pasar la noche en tierra de nadie, a merced de las panteras. Pero nada de eso. El funcionario que me atendió estaba sentado en una silla con la funda de Justin Bieber. Veinte euros, varias preguntas, dos formularios, pasaporte sellado y hala, bienvenido a Nepal.

BHIMDATTA

El señor de la moto me llevó a la pequeña ciudad de Bhimdatta, la primera a este lado de la frontera. Me dijo que me ayudaría a encontrar un hotel, y yo no pude menos que aceptar. Un par de ellos estaban llenos, y al tercero encontramos una habitación bastante sórdida por un precio abusivo, pero que aún así vale menos que un yogur en Noruega, así que la acepté. Luego el señor de la moto desveló torpemente sus intenciones ocultas; me dijo que yo era muy simpático y me preguntó que si era verdad que en España las relaciones homosexuales eran legales, que si tal y que cual. Me dio mucha pena, la verdad; le di cien rupias por haber sido tan amable ayudándome a cruzar la frontera, y le dije que ya podía arreglármelas yo por mi cuenta.

Dejé mis cosas en el cuarto y salí a darme un paseo por la ciudad, en parte porque me apetecía mucho y en parte porque la habitación roza lo tétrico. Y la ciudad (más bien un pueblo grande), me sorprendió mucho. Me pareció increíble que con sólo cruzar dos puentes, el paisaje humano pudiera cambiar tanto.

A ver, todo está tan sucio como la la India o incluso más, hay basura por todas partes y en el restaurante en el que cené estaban en la mesa las migajas de antesdeayer. Hay vacas y perros por todos lados.

También hay miseria, quizás incluso más que al otro lado de la frontera, no se ve demasiado pero se nota. Los precios son ridículamente baratos. Por la noche, a la salida del restaurante, había un niño muy pequeño en la puerta, acariciando un billete de diez rupias que quizás es lo único que tiene en su vida. ¿Qué se hace en estos casos? No se puede hacer nada; la vida de ese niño está tan decidida como lo estaba la mía cuando tenía su edad e iba a la escuela. Yo llevaba un pastel en la mano y se lo di; ya sé que un pastel no es nada, pero mi mente europea necesita consolarse de alguna manera.

Pero esta ciudad también me ha dado una de cal y otra de arena. Hay una paz, una tranquilidad, inauditas. Hay tráfico pero muy pocos bocinazos. No hay rickshaws, esos cafres omnipresentes en las calles indias. Se puede andar tranquilamente, no hay aglomeraciones ni gente durmiendo en mitad de la acera. Quizás sólo sea esta ciudad y el resto del país vuelva a sorprenderme; por el momento, es lo único que puedo contar. Es muy llano, hay mucho campo por todos lados, mucho bosque, y en el horizonte se perfilan altas montañas. Me di mi paseíto, y la gente se me quedaba mirando, pero no con frialdad ni para venderme nada, sino con sonrisas y genuina curiosidad.

Me tomé una cocacola en la puerta de una tienda, y varios lugareños se me acercaron, uno de ellos incluso me habló un poco. Saqué dinero, muy bonitos los billetes, con animales y montañas. Y en un momento dado me olió a porro pero sólo era la marihuana que crecía en los bordes de la calle. Un bar, perdido en este lugar a su vez perdido de la mano de dios, anunciaba que sirven cerveza San Miguel. También hice por toda la ciudad una búsqueda de papel higiénico tan humillante como infructuosa.

Después del paseo, volví al hostal, pedí al recepcionista que por favor pusiera agua corriente en mi habitación, y luego, lleno de esta extraña y contradictoria paz, salí a cenar. El camarero que me sirvió se me quedó mirando fijamente mientras comía, con una sonrisa de oreja a oreja, maravillado quizás ante mi destreza con el tenedor.

FINAL MELOSO

Así que mis dudas y mis miedos se esfumaron y ahora parece que nunca existieron, cuando de hecho me he pegado bastantes días preocupado por todo este lío administrativo. En este viaje, todas mis expectativas e ideas preconcebidas están siendo constantemente destruidas... hay tanta gente por todos lados que forzosamente, para que esto no se colapse, las cosas tienen que fluir, que funcionar sin demasiadas complicaciones.

Aquella noche antes de acostarme estuve escuchando la canción "Katmandu" de mi viejo amigo Cat Stevens. No es casualidad, me la puse a propósito, me parecía apropiado escucharla aquí y ahora. Katmandú se desvía un poco de mi ruta; la ciudad de Pokhara me venía muchi mejor. De hecho, llevaba unos días comiéndome la cabeza sobre adónde ir después: Katmandú o Pokhara, Pokhara o Katmandú; pero la canción parecía decidida a convencerme. "Katmandu, I'll soon be seeing you; and your strange, bewildering time, will keep me home...". No estoy del todo seguro de lo que quiere decir pero suena bien. Decidí consultar con la almohada qué hacer después, si ir a Katmandú o seguir mi ruta prevista. Pero de repente tampoco me preocupaba tanto adónde iría a la mañana siguiente.

2 comentarios:

  1. Bueno, Rixal, parece que, a pesar del final meloso -Cat Stevens incluido, que ya te vale, que te crees que la vida es una peli- , las situaciones emocionantes vuelven a este bloj. Geniales las incertidumbres fronterizas, por aquí todos nos hacemos cargo de tus preocupaciones, conociendo tu caracter valeroso y decidido. Genial el episodios del mariquita nepalí -habértelo llevado al guerto, iyo, eso sí que hubiera sido un pos emocionante-, y genial la descripción de los camiones.

    Supongo que a estas alturas ya habrás decidido si ir a Katmandú o a Phokara. Como imaginarás, yo lo tendría claro: iría a Katmandú, contrataría unos sherpas, y me iría en busca del avión siniestrado, a ver si,entre los restos del fuselaje o en algún recodo de la montaña, localizo la bufanda naranja de mi amigo Tchang...

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  2. Mi madre,Rixi, que de cosas te pasan! Desde luego que como me quede atrás en esto de los comentarios tus incondicionales me pisan alguno! Menciones especiales: tu preocupación por la frontera, que menos mal que luego quedó en nada( Qué lanzado te veo montando en moto con desconocidos!!) y las historias de exorcismos en TU dormitorio, vamos, para rilarse.
    La foto de la primera parte no la entendí hasta que leí el comentario de Migue, creí que era un cartel de un bar, y los letreros de los camiones son un cachondeo, así serán los conductores, miedo me da!!! Feliz estancia en Nepal

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