miércoles, 29 de enero de 2014

Madurai

Llegué a Madurai el lunes 27 por la noche después de un largo viaje en tren. Lo bueno de ese tipo de cosas aquí (viajes largos, colas, esperas) es que nunca aburren ya que a tu alrededor siempre está pasando algo. A mi me tocó sentado junto a un joven tamil que venía estudiando para un examen, y frente a una pareja más mayor, ella de dientes prominentes y él que aprovechaba cada vez que yo me levantaba para poner los pies en mi asiento y luego lo limpiaba. Constantemente pasaban vendedores con pastelitos, té, juguetes, chai (un té con leche muy rico), perfumes y muchas cosas más; y por supuesto todo el mundo compraba porque, como digo, aquí la transacción comercial es constante. Cuando parábamos en una estación, en ésta se desataba la locura: un sinfín de vendedores que esperaban en el andén vendían sus cosas a través de las ventanas, gritando lo que llevaban. Cabe decir que la papelera donde tirar la montaña de desperdicios que esto genera (sobe todo vasos y platos de plástico) son las propias vías, a las cuales todo se tira cómodamente a través de las ventanas. En el techo, un montón de ventiladores de aspas agitan furiosamente el aire; hacia el final del viaje descubrí con alegría que era posible desactivar cada uno individualmente, menos mal porque me estaba ya entrando frío. Como punto final, para quien le interese, he de decir que el cuarto de baño, aunque infame, no lo era tanto como podría imaginarse.

Llegué a Madurai, la ciudad más grande que he visitado hasta ahora, y la más calurosa, y un rickshaw me llevó a través del tráfico salvaje hasta el barrio donde vivía P., una chica americana, mi contacto.

Después de mi última experiencia couchsurfera, yo estaba decidido a, si no me gustaba el plan, pirarme ipso facto. Pero no hubo necesidad. P. es una chica super simpática, me dio te y huevos cocidos, y charlamos durante mucho tiempo. Ella lleva un año y medio trabajando aquí y habla un poco la lengua asi que tiene un punto de vista muy interesante y bien fundado sobre la gente tamil. Me di una ducha, preparé mi cama, y asistí horrorizado al último ritual de P. antes de acostarse: con una raqueta eléctrica, recorrer el apartamento dando golpecitos en lugares estratégicos y matar asi a los mosquitos (hay MUCHOS). Le comenté que me producía cierto horror y ella me dijo "cada mosquito menos es una posibilidad menos de coger malaria". Le pedí entonces la raqueta y dormí con ella junto a mi colchón, levantándome de cuando en cuando para matar a algún mosquito desdichado... no hace falta nI siquiera encender la luz ya que la raqueta tiene una linterna incorporada; han pensado en todo.

A la mañana siguiente, P. me llevó en moto hasta el centro (un viaje divertidísimo, como todo aquí relacionado con la carretera) para que visitara por mi cuenta las callejuelas del centro y el templo de Meenakhsi.

Voy a intentar contaros ahora cómo es el centro de Madurai jajajjaj y cómo es el templo de Meenakhsi jajajajajajjajajja (me río porque es imposible).

El templo ocupa un gigantesco terreno cuadrado rodeado de un alta muralla; en cada uno de los puntos cardinales se erige una torre altísima bajo la cual hay una puerta; son zigurats espigados con toda su superficie abarrotada de esculturas de dioses, animales, héroes, demonios, todo muy colorido y, francamente, demasiado excéntrico para los sentidos. Y aún no había pasado al interior del templo... El centro de la ciudad, o al menos la ínfima porción que yo visité, son una confusión de callejuelas alrededor del templo, absolutamente atestadas de gente y comercios, de todo lo imaginable e inimaginable. Telas, ropa, muchas joyerias, juguetes, electrónica, libros, cacharros de latón, bisutería, bancos, especias, helados, velas de sándalo,  comida, comida, comida; un atestamiento extremo, cada comercio confundiendose con el de al lado, motos pasando por medio, desagües echando su porquería a la acera, polvareda, bullicio, regateo, y conversaciones aparentemente muy serias en esta lengua que es una de las más antiguas del planeta (P. me ha contado que, de hecho, y aunque siempre parezcan muy serios, sus conversaciones suelen girar en torno a qué has comido hoy, te ha gustado, qué has comprado, cómo es, cuánto te ha costado...).

Señoras barriendo con ramas, hombres conduciendo carros, niños de uniforme yendo al cole, mendigos sin dientes, sin manos, sin piernas, perros tirados donde sea, templos pequeños y santuarios por doquier, escaleras tenebrosas entre un comercio y otro que conducen, imagino, a las casas de esta gente. Parecido, y al mismo tiempo a un mundo de diferencia de lo que era Mahabalipuram; aquello eran dos calles, aquí la colmena de establecimientos parecía extenderse hasta el infinito.

Nunca me he alegrado tanto de encontrar una iglesia. En una plaza encontré una iglesia fresca y obscura que me ofrecía lo único que no se podía comprar en la calle: un poco de paz. Estaba desierta a excepción de dos mujeres y un guarda; cuando me miraban yo sólo pretendía que estaba rezando; y si por rezar se entiende encontrar la paz interior, vaya si recé, al santoral entero vamos.

Al rato volví a sumergirme en la colmena, esquivando a los infinitos amigos que te salían por doquier y querían que les compraras cosas. Comí un poco de picoteo (un par de plátanos, una bolsa de anacardos, un helado, zumo) porque aún no me atrevo a pedir comida de los puestos por miedo a que me sirvan una bomba pimientosa. Me compré unos pantalones y un turbante turquesa y me puse éste último; pero mucha gente me miraba raro asi que me lo quité :( Luego deje mis chanclas y cosas en una taquilla y por fin, a las 16h, cuando abrió sus puertas, entré en el templo por la puerta del Este.

¿Cómo definir lo que pasaba en su interior? Porque arquitectónicamente no debería ser difícil de explicar; pero era lo que hacia la gente allí dentro lo que me fascinó y emocionó como pocas cosas antes.

El edificio era como un laberinto de piedra, salas y más salas conectadas por corredores, algunos cubiertos y otros al aire libre, y el techo sostenido por grandes columnas también de piedra. Algunas partes sin embargo eran de mármol y otras de metal. En algunos de los corredores había vendedores vendiendo plátanos, cocos, velas y polvos blancos para que la gente se los ofreciera a sus dioses; había un estanque y un árbol sagrado. Dentro de las salas no había ni un sólo rincón sin una hornacina con un dios, o una estatua, o una mesa llena de velitas, o un mandala en el suelo o un montón de flores o lo que fuera. Mezclado entre todo esto, papeleras de plástico, chatarra oxidada y fuentes de agua mineral patrocinadas, lo decía bien en grande, por el Bank of India. Antes de emprender este viaje, y a cuento de otra cosa (del estilo decorativo de mi casa), leí algo sobre el concepto de "horror vacui", el horror al vacío que nos impulsa a llenar de algo todos los espacios vacíos. Creo que es una buena manera de explicar lo que se sentía en el interior del templo (y ya de paso también afuera en las callejuelas).

Y la gente dentro... aquello era como una fiesta, aunque ciertamente diferente a las que viví en Pondy. Había cientos de hindúes en las salas, cada uno rezando a un dios distinto (tienen miles de dioses), y cada uno haciéndolo a su manera; todos ofreciéndoles flores, aceites, y esparciendo polvos sobre las figuras de piedra. Había grupos sentados en círculo cantando juntos y había grupos que comían como si estuvieran en el salón de su casa. Había gente vestida elegantemente y gente harapienta, algunos rezaban sentados y otros en pie y otros tumbados boca abajo. Muchos niños pequeños, jóvenes, viejos, sacerdotes de torso desnudo y mendigos (a uno le di un plátano y a otra una galleta que a su vez me había dado una especie de monje). Y había una sala más grande que las demás en cuyo centro había un toro dorado bajo un palio. Cientos de personas sentadas a su alrededor cantaban algo hipnótico, y um sacerdote echaba por encima del toro litros y litros de leche, luego de agua, luego flores, hierba, fruta, luego agua de nuevo y vuelta a empezar. Yo no miraba aquello como un turista, ni siquiera como Ri; yo era un alienígena. Y luego había un punto a partir del cual los no hindúes no podíamos pasar, que es donde estaba el centro neurálgico del templo. Una larga cola se perdía por un pasillo y por más que me puse de puntillas y que los indios son bajitos, no conseguí ver lo que había allí dentro, y menos mal: de otra manera quizás mi cerebro alienígena habría explotado.
Pasé una hora y media en el templo y luego me senté junto a un estanque. Poco después me llamó P., que si me recogía en su moto. Agradecí esta vuelta a lo mundano, salí del templo y de nuevo fui Ri entre los indios.

Cenamos P. y yo comida deliciosa (yo una especie de pan con cebolla y salsas, ella unas tortitas) en un restaurante indio; la cuenta ascendió a casi 1 euro y en un alarde de cordialidad dije que la invitaba. Luego nos tomamos un helado, firmé en el libro de visitas de la heladería y de vuelta a casa a la sesión nocturna de tenis y a dormir. En todo este tiempo, P. me preguntó muchas cosas pero no por el templo de Meenakhsi. Y lo entiendo: ¿qué se puede decir de un sitio así?

lunes, 27 de enero de 2014

Mos dos fiestas en Pondicherry

(Esta crónica sobre mis dos fiestas en Pondicherry ha sido escrita en el camino desde Pondicherry hasta Madurai, sobre todo en la estación intermedia de Villupuram, donde he esperado 4 horas, una mujer de pinta sospechosa se ha hecho amiga mía para luego pedirme que le pagase una comida y el billete de tren, y he tomado un arroz sazonado con algo que casi me disuelve el epigastrio).

PRIMERA FIESTA (mala)

Hice el viaje desde Mahabalipuram hasta Pondicherry (Pondy) de pie en un autobús atestado de gente: fueron dos horas de bocinazos, adelantamientos temerarios e incluso un topetazo con el coche de delante; poca cosa, vamos. Cuando llegábamos, contacté con mi contacto, valga la redundancia, y me dijo que me bajase no en la parada de Pondy sino en la de otro lugar llamado Auroville. Me dijo que estaba muy ocupado preparando una fiesta y que un amigo suyo, W., pasaría a recogerme. Tuve una mala premonición, pues ya sabéis que no soy muy amante de las fiestas y mucho menos si tengo un catarrazo y la noche anterior apenas he pegado ojo. El caso es que llegó W. con su moto (tal y como había temido en otra premonición), me monté detrás de él y fuimos a su casa.

Aquí todo el mundo va en moto: dos, tres, cuatro personas, las que sean, caben en una moto. Yo nunca me había montado en moto y la verdad es que me encantó, se iba muy suave y a poca velocidad; además, W. era un chaval muy majo. Llegamos a su casa, dejé allí mi mochila y fuimos al lugar de la fiesta también en moto; era un terreno que habían alquilado en Auroville, en mitad de la nada. El plan era, cuando la fiesta acabase, volver a por mi mochila y luego tirar a casa de S., mi fiestero contacto. "El plan era", jajaja.

Auroville es un sitio que estaba en mi lista de" visitar si me da tiempo". Os invito a buscar información en wikipedia sobre el lugar: es un "experimento social", gente (sobre todo occidentales) que vive en una comunidad en paz y armonía al margen de las convenciones culturales, políticas, morales, etc. Suena interesante pero durante mi experiencia allí fue donde más apartado, diferente e incomprendido me he sentido desde que llegué a la India.

El sitio de la fiesta era un terreno al aire libre. La cosa empezó bien, estuve ayudando a unos colegas a montar una especie de escenario para un espectáculo. La decoración era psicodélica. Luego empezó a llegar gente y más gente, indios pero sobre todo muchos occidentales; a medianoche empezó el musicote chungo, la peña bailando como en trance, nadie te dirigía más de dos palabras y en cuanto se enteraban de que no ibas a beber ni fumar (entre otros motivos debido al catarro), pasaban de ti porque no sabías vivir la vida ni disfrutar el momento. (Por favor, perdonad este tono tan despechado pero, ¡joler, habrá que desahogarse! Soy consciente de que apenas sí vi una ínfima parte de lo que es Auroville, y no tengo nada en contra de Auroville ni de los aurovillienses). Servían platos de comida por un precio altísimo; me tomé un cuenco de gazpacho bastante bueno. Conocí a S., mi contacto, que me dijo que sobre las 2 intentaría buscarme un modo de trasporte hacia su casa, donde iba yo a dormir.

Por suerte, encontré un rincón en aquel jardín en el que me encontré a gusto: una hoguera alrededor de la cual había sentado un círculo de gente, unos se iban y otros llegaban y otros alimentaban el fuego, y allí que me senté y no me levanté EN TODA LA NOCHE. Alimenté el fuego, miré a las estrellas, entablé conversaciones con ciento y la madre y escuché tantas otras sobre la depravación de la cultura capitalista y los beneficios de los alimentos biológicos; a todos les encantaba el fuego y su poder místico pero nadie estaba sentado más de quince minutos junto a él; lo digo con todos los respetos. Mi estado mental fluctuaba entre una gran relajación (pues la visión del fuego era agradable) y pensamientos funestos sobre todo lo que me rodeaba.

Sobre las 6 de la mañana apareció S. disculpandose mucho, y tras coger la mochila en casa de W., me llevó a su casa en Pondy. Durante toda la noche yo había rumiado la idea de, en cuanto pudiera conseguir mi mochila, irme a la estación de trenes y largarme de esa ciudad; sin embargo estaba muy cansado asi que acepté ir a casa de S. ... el cual ya tenía visitantes en casa asi que tuve que echarme en el suelo. Dormí un par de horas y luego, intentando no despertar a nadie, cogí mi mochila y me largué de allí.

SEGUNDA FIESTA (buena)

Era mediodía y en Pondy hacia un calor horrible. Con lo adjetivoso que yo soy y aún no he encontrado un adjetivo adecuado para este tipo de calor. Sudoroso, tosiendo, moqueando, me recorrí el centro de la ciudad en busca de un hostal donde poder descansar. En los más baratos no había sitio (era el día de la República, fiesta nacional, todo completo); tras una hora terrible de búsqueda (y la pérdida momentánea de mis zapatos, que se me quedaron olvidados en un puesto callejero donde había comprado un zumo de mango) encontré un hotel cerca del mar por 17 euros; llegué a mi habitación, encendí el ventilador y el aire acondicionado y caí rendido en la cama.

El sueño fue reparador pero cuando desperté, sobre las 4 de la tarde, me moría de hambre. Encontré un buen sitio donde comer, era una azotea refrescante y un servicio amable, y a las 6, por fin, me encontré en plena posesión de mis facultades físicas y psicológicas y me fui a dar un paseo. Y la verdad es que fue un paseo genial. A pesar del frenesí y la locura que se desarrollaba a mi alrededor (parecía que toda la India estaba en Pondicherry celebrando el día de la República), yo estaba super tranquilo y descansado por fin. Paseando por el paseo marítimo (que fue destrozado por el tsunami de 2004), mi congestión desapareció momentáneamente, lo que confirma mi teoría de que no es el clima sino la contaminación la causante de éste. En el paseo entablé conversación con tres hombres que, casualidades de la vida, venían de Ahmedabad (que es la última ciudad que pienso visitar en mi periplo, y quizás la más importante). Nos hicimos super amigos claro, y como resultaba que era el cumpleaños de dos de ellos, me invitaron a celebrarlo más tarde en la habitación se su hotel.

Paseé por Pondicherry. Es un ciudad muy curiosa, la más limpia que he visto hasta ahora (lo cual tampoco quiere decir mucho, ojo), con muchos establecimientos de comida internacional, algunas construcciones, no muchas, que denotan su pasado francés; y un canal que rodea el casco antiguo y que es un claro exponente de lo que significa la palabra Pútrido. Noté una gran diferencia con Mahabalipuram: la gente es mucho menos pueblerina, la afición a detenerse a mirar no está tan arraigada, e incluso el balanceo de cabeza es un poco más leve :(

Había mucha mucha mucha gente, sobre todo en el paseo marítimo, escuchando música, comiendo, bebiendo, charlando... infinidad de puestos vendiendo comida, veletas para el viento, globos, cosas para hacer pompas de jabón miles de cosas más; yo compré un cuenquecito con piña recién cortada. Luego fui a cenar a un vietnamita muy agradable, y finalmente, con un poco de rile, fui al hotel de mis amigos y entré en su fiesta.

La habitación consistía en dos sub-habitaciones; en una estaban los tres hombres comiendo y bebiendo y en la otra las tres mujeres y un niño pequeño, que salieron a cenar afuera. Comí y bebí con los hombres, o mejor sería decir que hice como que comía e hice como que bebía; porque su comida estaba ultrapicante y su bebida ultracargada, y no estaba dispuesto a terminar en el hospital. Fue muy divertido, la verdad, a pesar de las dificultades en la lengua y de lo poco en común que podríamos llegar a tener. Se fumaron un puro en el balcón aprovechando que no estaban las mujeres y luego echaron aromatizador para eliminar el olor del humo; cuando llegaron las mujeres se nos unieron, comimos uvas, me hicieron descorchar una botella de champán en la terraza con gran alborozo, y nos hicimos miles de fotos. Sobre las 11 me despedí, llegué a mi hostal (cuyo sistema de numeración de las habitaciones es absurdamente complicado), me duché al estilo indio (se llena un cuenco de agua y te la vas echando poco a poco) y me dormí, en la gloria.

sábado, 25 de enero de 2014

Mahabalipuram

Estoy sentado en el bar Yogui de Mamallapuram, esperando a que me traigan mi comida y bebida, lo cual si todo va bien no debería tardar mucho más de una hora. Estoy solo, ya me despedí de mis amigos S. y S. que están surfeando en Kovalam, y esta tarde emprendo mi camino hacia Pondicherry. Tenía pensado quedarme aqui sólo una noche y han sido tres; si algo he aprendido estos primeros días es que hacer planes aquí no tiene mucho sentido, pues mil trescientos millones de personas conspirarán para trastornarlos.

Voy a contar cómo han sido estos tres dias; S. (él), un filósofo y gran persona, barbudo, descalzo y con solo una especie de falda por atuendo, me ha explicado que en el hinduismo no existe un cronología temporal: todo sucede a la vez; lo cual me viene de perilla para redactar este post sin preocuparme de qué sucedió antes y qué  despues.

Una tarde, mi grupito visitamos un monte donde hay rocas enormes, muchas de ellas talladas. Contemplamos el atardecer y hablamos de la vida. Allí probé el agua de un coco y su interior asquerosillo que me vendió un hombre. Por aquí hay hombres (y mujercillas artríticas y encorvadas) vendiendo algo en cada esquina; el dinero es omnipresente. Esa misma noche vimos un espectáculo de danza tradicional en la plaza del pueblo, todo muy indio, colorido y ruidoso. Aquí todo está pintado de algún color, desde la pared trasera de un tugurio hasta los cuernos de las vacas... y sí, hay muchas vacas deambulando por la calle, gordas y majestuosas, tomando el sol o comiendo lo que haya en el suelo (seguro que siempre habrá algo; las calles las limpian unas señoras con unas escobas rudimentarias de vez en cuando; pero al poco la basura vuelve a reinar).

Me lleva unos días doliendo la garganta; pensaba que era por la ventolera que sopla en mi habitación pero estaba equivocado: es la CONTAMINACIÓN. Es una locura. Ayer fuimos al pueblo de Kovalam, cercano a la gran urbe de Chennai, y juro que a veces se me hacía difícil incluso respirar. El tráfico es terrible y, a propósito de la basura, a veces la amontonan y la queman en mitad de la calle, soltando un humo negro con un aspecto y olor aterradores.

Fuimos a Kovalam para ver a unos amigos surferos de S.; para llegar tuvimos que coger un rickshaw, que es como un carrillo-taxi que adelanta por derecha o izquierda a todo lo que se le ponga por delante: autobús, moto o carro de bueyes. El caso es que pasamos la noche en la terraza de estos amigos, vimos una película romántica tamil en un portátil (un tipo de película que en España un grupo de jóvenes varones jamás quedaría para ver ni tampoco nunca admitiría siquiera haberla visto), cenamos algo picante y luego nos echamos en unas colchonetas y esteras en el suelo; y a dormir todos juntos pero no revueltos con el ruido de los cuervos de fondo y los motores de las lanchas de los pescadores. Tengo que decir que accidentalmente bebí un vaso de agua del grifo (normalmente aquí ni siquiera ellos la beben) y me entró un poco de mal rollo y retortijones pero no fue a mayores.

Otra noche estuve jugando al billar en el bar del pueblo. El más bueno de los de allí era casi tan malo como yo asi que imaginaos cómo estaba la cosa de interesante.

La comida está siendo una sorpresa muy agradable. Hay bastante opción para comer poco picante y he probado cosas deliciosas; uno de mis descubrimientos más felices es el té con jengibre, limón y miel (he conocido a una chica que pilló el escorbuto asi que ayer mismo compré unas mandarinas y limones a una señora e intento comer cítricos).

Un último apunte sobre la gente de aquí, que son, de lejos, lo más interesante. No he visitado ni siquiera el templo más famoso de la ciudad, pero es que quedarse parado en la calle y simplemente mirar lo que pasa es suficientemente interesante. Mahabalipuram no es mucho más que cuatro o cinco calles sin asfaltar llenas de comercios y hostales, pero, ¡qué calles! Pararse y mirar fijamente lo que otra persona está haciendo es algo que todos, turistas y sobre todo los indios, hacen por igual. En cualquier situación, habrá un grupito de espectadores observando atentamente, sin intervenir. Como turista, lo más normal es, hagas lo que hagas, que alguien esté observando. Por ejemplo, ver a un blanco abrir el envoltorio de un caramelo parece ser un espectáculo fascinante. Eso da licencia a su vez a los turistas a pararse y mirar lo que los lugareños hacen, con desvergüenza e impunidad. Y es que en la calle todo el mundo está haciendo algo: tallando una piedra, construyendo un muro, pintando un mandala (un dibujo geométrico que quiere decir "bienvenidos") en la puerta de su establecimiento, jugando a las cartas, lo que sea. También los hay que miran a los que miran, que es, como digo, la principal de sus actividades, y así podría entrar en un bucle que hay que verlo para creerlo.

Otro día hablaré sobre su relación con los animales, y algunas otras costumbres curiosas que ya he visto. Ahora me voy ya; la comida ha sido riquísima y a ver si encuentro algún autobús hacia "Peaceful Pondicherry", como la llaman; espero que sea efectivamente peaceful porque necesito descansar. Por ahora todo está siendo fantástico y fatigante a partes iguales.

jueves, 23 de enero de 2014

La llegada (2)

PARTE 2: AEROPUERTO DE CHENNAI - MAHABALIPURAM

¿Cómo definir las primeras horas aquí? Muy difícil: aún ni siquiera puedo definir las cosas ahora! Pero una cosa tengo clara: llegué sano y salvo gracias a la gente, enormemente amables y deseosos de enseñarte cómo se maneja uno aquí. Habrá quien diga (quizás yo, mañana mismo) que muchos lo hacen con intención de luego pedir algo; ¡yo aún no puedo hablar de eso!

Sali de la terminal y lo primero fue el calor, pegajosisimo; luego fue el olor, mezcla de muchas cosas agradables y desagradables; vi unos perros moribundos tirados en el pavimento, gente comiendo a la sombra de un viaducto y muchos otros esperando a los viajeros para ofrecerles taxis o lo que fuera. Mi objetivo era coger un tren hacia Chengalpatti, luego un bus hacia Mahabalipuram. Esquivé a los vendedores en busca de la estación de tren (Trisulam) pero todo a mi alrededor eta caótico. Por culpa de perder mi maleta, sali el ultimo de mi remesa de viajeros y por tanto no tenía ningún turista a quien seguir! Pregunté a dos jóvenes tamiles dónde estaba la estación de Trisulam y me dijeron que precisamente hacia allá se dirigían y que les acompañase. En aquel momento recordé uno de los mejores consejos que me han dado previo a mi viaje: in India, just go with the flow. Y eso hice...

Los colegas me llevaron, por una acera funesta, hacia la estación; le compré un tiket a un indio gordo detrás de un mostrador diminuto, y salté a mi tren justo a tiempo; mis amigos se despidieron con una sonrisa y un balanceo de cabeza que TODO EL MUNDO hace CONSTANTEMENTE (ojo a las mayúsculas)  y que personalmente considero genial.

El tren no tenía puerta así que viajé como uno se imagina viajando en tren por la India (aunque sin colgar por fuera!!, no os preocupéis), pero en realidad el tren no iba tan rápido como para poner en peligro mi integridad física. Mucha gente. Todo el mundo me miraba. (Mentalmente podeis añadir estas dos sentencias al final de cada línea). Unas ristras de ventiladores en el techo daban un poco de fresquito a los que iban sentados. Una mujer de aspecto siniestro me pidió limosna y al no darle me echó algún tipo de maldición; pero los espectadores sonreían así que no me dio mal rollo.

Antes de llegar a Chengalpatti me bajé en una estación intermedia, de nombre impronunciable. Confieso que en este momento lo pasé mal por primera vez. No fue algo específico, fue todo y nada a la vez. Vacas famelicas cruzando las vías, jóvenes descargando un vagón de sacos, innumerables andenes, todo indicado en esta grafía infernal que es el tamil, y ese calor y olor y humedad aplastantes... paré en aquel lugar porque en el aeropuerto me habían dicho que allí podría adquirir una tarjeta para el teléfono; pero de repente me sentí tan extraño que compré un ticket hacia Chengalpatti, encontré con gran dificultad el andén y embarqué en el tren de las 11.45.

El tren iba atestado. De verdad. Codazos y empujones. Le pedí a uno de mi compañeros de metro cuadrado que me avisara al llegar a Chengalpatti; "yes, no problem, where you are from?". En aquel tren fue cuando tuve por primera vez la una sensación que me sigue acompañando: todos los indios (o sólo los tamiles, que no es poco) se conocen. Es como si todos fueran el mismo, y al cambiar de interlocutor casi puedes seguir la conversación donde la dejaste con el anterior. Difícil de explicar... ¡como tantas cosas desde que llegué! El caso es que fue otro chaval el que me dijo que quedaba poco para Chengalpatti; y un tercero el que me avisó que habíamos llegado y saltamos al andén con el tren casi en marcha. Le pregunté a mi enésimo mejor amigo cómo se llegaba a la parada de autobuses y me dijo que le siguiera. Go with the flow.

Chengalpatti era más pueblo que todo lo anterior; me sentí más a gusto allí, en parte gracias a que mi guía era bien simpático. Pasamos por una calle sin asfaltar donde la gente vendía cosas indescriptibles, y llegamos a la plaza del pueblo donde coger el autobús. Resultó que precisamente salía uno hacia Mahabalipuram (pueblo también llamado Mamallapuram o Mochilerolandia - lonely planet sic.). Era un autobus destartalado y pintado de miles de colores, flores colgaban del techo. Mi guía le dijo al chofer mi destino, y yo, más perdido que nada, intentaba comunicarles que aún no tenía el billete; todo el mundo reía y me invitaron a sentarme en el suelo apoyado contra el parabrisas, junto a la caja del motor que desprendía un calor infernal. "Dont worry, dont worry". El chofer, todo un personaje, hizo sonar el claxon, puso en marcha el aparato y empezó el viaje en autobús más loco de mi vida.

Por suerte, la velocidad era moderada. El chofer tocaba el claxon continuamente, adelantaba a las motos por derecha o izquierda, pasaba a escasos milímetros de los demás vehículos; era sencillamente un genio al volante. Así unos 25km. Muchas paradas en mitad de la carretera. Vi un templo en un monte, mercados bulliciosos, gente yendo de un sitio a otro, gente haciendo cosas, gente parada mirando a los otros hacer cosas. Al cabo de una hora llegamos a Mahabalipuram.

Aún no puedo definir este pueblo, por favor, dejadmelo para otro día. Fui de calle en calle buscando mi sitio, un hostal llamado Bob Marley Guest House. Había muchísimos hostales y las calles carecen de nombre o numeración alguna. Al fin, preguntando mucho, encontré mi lugar, un edificio colorido de tres plantas a la misma orilla del mar. Busqué a R., mi contacto, y al encontrarlo en una de las terracitas del hostal, dirigiendo la remodelación de un suelo, me entró una alegría indescriptible. Es un joven tamil con gafas y muy sonriente. Me dio las llaves de la habitación y me indicó dónde se encontraba, en la tercera planta. Entré y me dejé caer en la cama exhausto. Me pareció que nunca había hecho nada más difícil que llegar a esa habitación.

Más tarde compré una tarjeta para el móvil y unas sandalias, paseé por una playa llena de barcas de pecadores y cangrejos; R. me presentó a una chica españora, S., y a un indio, también S.; me presentaron a más turistas y paseamos por el pueblo, cenamos comida inesperadamente poco picante, vimos pasar una boda con banda de música y fuegos artificiales incluidos, y fuimos a un barecillo lleno de tamiles y extranjeros a tomar algo y filosofar un poquito. Podriamos decir que este grupito, en cierto modo, me salvó la vida acogiéndome. Pero eso es otra historia.

La conclusión es difícil de poner en palabras. En menos de lo que se tarda en escribirlo, se pusieron en funcionamiento todos mis miedos y prejuicios. En aquella impronunciable estación a las afueras de Chennai estuve a punto de volver al aeropuerto y allí pillar un taxi hacia Mamallapuram... Pero todo esto se desmontó por sí sólo al llegar a esta habitación ruidosa y ventosa y darme cuenta de que no había recibido ninguna mala mirada, nadie me había quitado nada; la gente empuja pero no golpea, las motos no te atropellan sino que te esquivan, el autobusero o cualquier otro te dice cuál es tu parada sin necesidad de pedírselo. Todo sucede sin prisas, sin acusaciones.

No sé cómo serán los días venideros, pero creo que esto promete ser una experiencia muy instructiva...

miércoles, 22 de enero de 2014

La llegada (1)

Escribo desde el teclado minúsculo del móvil. Son las 8.30 de la mañana y al otro lado de la puerta atronan una sierra eléctrica y un mar embravecido. Llegar desde Madrid a Mahabalipuram ha sido probablemente lo más complicado que he hecho jamás. Recuerdo que al aterrizar en Chennai pensé que la parte difícil del desafío ya estaba terminada. Jajaja, qué infeliz. Estas 24 horas que llevo en la India han sido, como la sierra y el mar, atronadoras.

PARTE 1: MADRID - CHENNAI

Salió el avión medio vacío de Madrid, después de haber escuchado por megafonía el canto que rezaba el Profeta antes de lanzarse a algún viaje. Muchos de los viajeros eran árabes de turbante y barba larga, lo cual encontré extrañamente estimulante. El viaje lo hicimos, por desgracia, con las ventanillas bajadas para evitar asarnos con el sol, lo cual no me hizo gracia. Fue una feliz casualidad que abrí la mía a hurtadillas justo cuando sobrevolabamos el río Nilo, que fue una visión extraordinaria. También lo era la belleza de las azafatas, ataviadas con un curioso velo. Comí pescado con salsa Harra, lo cual fue valiente por mi parte porque no tenía ni idea de lo que era eso; y sigo sin tenerlo muy claro.

Aterrizó el avión en Jeddah, cuando ya era de noche. Sobrevolar la ciudad fue alucinante: era inmensa, no se acababa nunca. Me recibió un golpe de calor. Unos guardas me mandaron a la zona de tránsito, adonde se llegaba por un pasillo solitario y ridículamente siniestro. Al llegar me encontré con la actividad frenética de los viajeros que volaban a destinos como Kartoum, Jakarta o Karachi; la mayor parte gente que volvia de su peregrinación a La Meca.

Era muy raro. No había alegría en el ambiente, a pesar del frenesí . Muchas mujeres iban cubiertas de negro completamente, no dejando a la vista ni siquiera los ojos, y charlaban con toda normalidad con sus hijos y/o/u/e novios que iban con ropas de marca; esto era perturbador. O tíos con dos mujeres. Entablé amistad con un hombre tamil que trabajaba en Pepsi. También intenté caerle bien al árabe sentado al otro lado, que hablaba con tono airado por teléfono, ofreciéndole unas galletas; la mirada siniestra que me lanzó me dejó claro que no le apetecían demasiado.

A las 22h, (hora local), se produjo el embarque más alocado que he visto nunca. Era un avión grande, cargado de tamiles musulmanes con un concepto curioso sobre la manera de hacer una cola, o sobre la costumbre occidental de taparse la boca para toser y estornudar. El ambiente, que en el aeropuerto era trémulo, se volvió festivo. Era como ir en un autobús que lleva en Andalucía a las mujeres del pueblo a visitar el Rocío, solo que en vez de Huelva volvían de La Meca, y en vez de un autobús era un Airbus 330.

Despegamos con gran potencia. Al cabo de una hora de sobrevolar oscuro desierto, aterrizamos en la ciudad de Dammam (?), donde no nos bajamos del avión siquiera y el capitán se enfadó con las azafatas que no estaban a lo que tenían que estar; luego, tras la ya habitual plegaria de Mahoma, emprendimos el camino hacia la India.

Hice varios amigos. El ambiente era jovial. Todo el mundo tosía con ganas. La gente tiraba la basura al suelo. No pegué ojo mas que durante media hora, asi que cuando llegamos, mi nivel de cansancio era ya muy elevado (ni que decir tiene que la noche anterior tampoco había dormido mucho). Un indio cercano me pidió mi toallita perfumada para regalársela a su hija; se la di gustoso. Pero mi mejor amigo sin duda era el hombre mayor que estaba sentado a mi izquierda. Parecía tener la necesidad constante de abrocharse y desabrocharse el cinturón, y siempre se le olvidaba cómo se hacía así que le ayudaba yo. Le ayudé a gestionar el espacio en la bandeja de su cena, que era demasiado pequeña y las cosas estaban demasiado prietas. Mi fama de buen samaritano llegó hasta varias filas más atrás, desde donde me llegó una magdalena de parte de un hombre barbudo para que la sacara de su envoltorio. Comí cordero y tuve la desgracia de masticar un trozo de algo tan picante que tuve que sacarmelo de la boca, lo cual de todas maneras no disonaba con el ambientillo.

Amanecía y aterrizamos en Chennai, donde desde el avión se veían las casas de colores, lo cual era muy hermoso.

Salir del avión fue tan caótico como entrar: todo el mundo quería ser el primero. Me despedí cariñosamente de mi amigo. Al final de un pasillo estaban las múltiples colas para enseñar el pasaporte. Como digo, el concepto de cola es curioso aquí. La gente se cuela con total impunidad, sobre todo si eres de edad avanzada, tienes barba blanca y miras alrededor como quien no quiere la cosa, sumido en algún tipo de pensamiento trascendental.

La recogida del equipaje era alocada también. Y, tras mucha espera, y sin mas desayuno que el cordero con arroz, descubrí que habían perdido mi maleta. Maldición. Lo importante lo llevaba encima; en la extraviada llevaba cosas secundarias como chanclas, comida, jabón, agua, papel higiénico...; pero me dio rabia igualmente así que fui a poner una reclamación. Ahora bien, yo había oído hablar del tema de la burocracia en la India, pero no sabía que tan pronto me toparia con ella. Tuve que rellenar múltiples papeles y acompañar al encargado (muy majo por cierto) por todo el lugar para que lo firmaran diferentes personas con funciones poco claras (para mí), y que no estaban en despachos sino por ahí, desperdigados; pero el encargado sabía exactamente dónde encontrarlos. Una vez hecho esto intenté sin éxito adquirir una tarjeta para mi móvil pero el chiringuito destinado a tal fin estaba desmantelado; compré una botella de agua y llegó la hora de salir y enfrentarme a lo que, creí entonces, era la parte fácil del desafío.

Introducción

Me voy 40 días a la India.