lunes, 31 de marzo de 2014

Uno de los mejores paseos de mi vida

Se dice que, cuando en la era pasada hubo un diluvio, un hombre-dios llamado Manu fabricó un arca donde metió toda la naturaleza para poder salvarla. Guiado por el dios Vishnu, a cuyo cuerno amarró una cuerda (cuerno de soplar, no de vaca), consiguió alcanzar la única tierra firme que sobresalía de las aguas: el Himalaya. El sitio en que Manu atracó su arca, y a partir del cual volvió a extenderse la vida por el mundo, se llamó Manali en su honor.

Mi llegada a Manali no fue tan pomposa. No llegué en arca sino en autobús, y tampoco nos guiaba Vishnu con su cuerno, aunque sí es verdad que llovía a mares. El viaje había sido una especie de montaña rusa entre desfiladeros increíbles, camioneros kamikazes y desprendimientos de rocas que ocupaban la mitad de la calzada (ya de por si angosta y ruinosa). La pobre de delante mía pasó el viaje entero vomitando por la ventana.

Cuando me hube instalado en mi habitación salí a dar un breve paseo por un camino junto al río, pero hacia bastante malo, todo gris y ventoso, así que volví al hostal a congeniar con el dueño (muy joven) y sus amigos; muy majos por cierto.

A la mañana siguiente hacía mucho sol. Desayuné una ensalada en el barecito de la esquina (mi hostal está en la Old Manali, que son cuatro calles y casas al lado del río) y decidí darle otra oportunidad al camino de la tarde anterior. ¡Y qué buena sorpresa! En la distancia, donde ayer se veía todo gris, ahora se veía una inmensa hilera de picos, altísimos y nevados. Así que seguí andando por el caminito, paralelo al río Beas, que llevaba poca agua pero no beas con qué fuerza. 

Mi trayectoria era hacia el norte, por el Valle de los Dioses. Fueron unos siete kilómetros, y fueron geniales. Conforme andaba por la carretera-carril embarrada, la cordillera frente a mí crecía más y más majestuosa. Si miraba hacia atrás, el pueblecito iba haciéndose cada vez más chico, y otra hilera de picos gigantescos iba desvelándose por detrás. A mi izquierda, después de bordear la curva de un monte, y casi de repente, se me aparecieron, cerquísima, unas laderas escarpadas, nevadas y rocosas. Todo un espectáculo. Además, por no sé qué brujería, estas nuevas laderas parecían más grandes conforme el camino me alejaba de ellas.

Los que me conocéis sabéis que el alpinismo no ha estado nunca entre mis aficiones predilectas. Sin embargo, ante esta visión, pude entender a los montañistas que quieren llegar más y más alto; aquellas montañas ejercían un extraño magnetismo en mí que me impulsaban asimismo a seguir caminando (pero no os preocupéis que el alpinismo sigue sin ser mi afición principal). 

También entendí otras cosas. Por ejemplo, aunque os parezca una tontería, el ciclo del agua. Lo aprendí en la escuela, claro, pero hasta ese momento no lo he visto tan evidente. Por la mañana, con el sol, el suelo mojado literalmente desprendía nubes de vapor; y ahora, con el calorcito derritiendo la nieve en las cumbres, la ladera literalmente rezumaba agua. Desde un reguero de gotitas hasta cascadas de cientos de metros de altura al borde del camino; se veía claramente cómo toda aquella agua se reunía en pequeños riachuelos (el mismo camino hacía a veces de cauce) que luego desembocaban en el Beas en infinidad de puntos. Y yo reflexionaba que todas aquellas gotitas algún día formarían parte del río Indo y desembocarian en Pakistán; y era un pensamiento peliculero pero sobrecogedor. 

Pero la India quiere decir Gente, y aquí no era menos. El caminito estaba sembrado aquí y allá de pequeñas aldeas, casas muy bajitas con toda la ropa de colores puesta a secar; y los aldeanos, con pañuelos y trajes de colores, trabajando en campos de flores o llevando madera de un lado a otro en cestas. Muy pacíficos y silenciosos, morenos y con los ojos rasgados, me saludaban muy alegres y se reían no sé de qué. Y todos, padres, madres y abuelas, fumándose sus porrillos, en las puertas de sus casas o al borde del camino.

Llegué a una encrucijada, donde un puente cruzaba el río para poder volver a Manali por la orilla de enfrente. Y me asaltó otro pensamiento peliculero de los míos, y es si seguía caminando hacia delante llegaría hasta Afganistán y Tayikistán (al cabo de unos días, claro); hacia la derecha a China y hacia la izquierda a Pakistán: no era moco de pavo. Después de plantearmelo un poco, crucé el puente y me encaminé de vuelta a Manali.

Por esta otra orilla va la autopista de Manali hasta Leh, en Cachemira (uuuhhh), pero el concepto de autopista en el Himalaya es sensiblemente diferente al que tenemos en España. La carretera es pura piedra y barro, no en todos los puntos pueden pasar dos coches a la vez, y de cuando en cuando hay desprendimientos recientes y las excavadoras y los trabajadores limpian la calzada arriesgando claramente sus vidas. Cada cierto trecho había señales con recordatorios para que la gente fuera con cuidado, como "el cielo o el infierno o la madre tierra: tú decides", "el que se pone a noventa morirá a los diecinueve", o "se cuidadoso con mis curvas".

Se notaba, sin embargo, más actividad y comercio: bordeaban el camino vendedores con sus mercancías expuestas y puestos para alquilar equipos de esquí. Los vendedores eran pesados pero amables, a excepción de un tío con mala pinta al que le rechacé, consecutivamente, sus ofertas para venderme una ruta esquiando, un vuelo en parapente, un poco de marihuana y un poco de cocaína. También pasé junto a centros tales como el Instituto de Investigación de Nieve y Avalanchas, y el de Estudio del Hormigón en Climas Fríos. 

Este camino no era tan relajante como el anterior, aunque las vistas eran igualmente impresionantes. En un momento dado se cruza el pueblecito de Vashist que se extiende ladera arriba, y me perdí un poco por sus calles. Era precioso, casitas de colores, banderolas tibetanas, turistas pero no muchos, y además saludaban; mujeres lavando la ropa en fuentes públicas, hombres con azadas de un lado a otro, niños y niñas jugando al cricket en cualquier esquina. Me tomé un té y una especie de churros salados con cebolla y patata en un plácido bar, y luego seguí mi camino hacia delante, por senderos en lugar de por la autopista, que zigzagueaba por debajo. 

El camino cruzaba riachuelos y cataratas, era muy bonito a excepción de la basura omnipresente, lo cual es una pena pero bueno. En todas direcciones surgían más senderos y rutas, y había muchas casitas, hostales y huertos. Cuando en la otra ladera se vio por fin Manali, me senté en una roca a meditar un poco, y estuve hablando con un montañero que había subido a muchas de las montañas que nos rodeaban (de cinco mil y seis mil metros de altura). 

Poco a poco sin embargo había ido nublándose; bajé como malamente pude a la carretera por una pendiente embarrada y quizás hasta peligrosa; y crucé otro puente hasta Manali, cerrándose así mi ruta circular. Me compré un pastel riquísimo y volví a la habitación, que parecía un congelador. Justo en ese momento empezó a llover, y supongo que en las cumbres a nevar; así que el agua cerraba también su ciclo, reflexioné; y escribí en el blog que acababa de darme el mejor paseo de mi vida. Perdonad el melosismo pero es que estaba muy cansado... no es justo comparar unos paseos con otros, por ejemplo ir en bici desde Roskilde hasta Copenhague o por Tahivilla con mis amigos o renqueando desde el Roadhouse hasta el Onda... no diré que éste fue el mejor paseo de mi vida pero sí uno de los mejores. 

5 comentarios:

  1. Se me ha olvidado mencionar los paseitos nocturnos desde el Pantalon hasta la parada de metro de Odeon... también eran muy buenos!

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  2. como diria mi compaøero de comentarios eleuterio este post ha alcanzado el tope maximo de encumbramientos ( lo cual no significa de ser bueno).

    Los encumbramientos // elucubramientos??? los comentamos maøana que ahora es tarde que le cambie la hora al movil y luego el movil la cambio solo y me cago en to lo que se le menea al movi y me cago en el himalaya que he dormido un par de hora s

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  3. Al leer este post me ha parecido que estaba leyendo una novela...Me ha gustado mucho el principio, los avisos de la carretera, la encrucijada, el final, y
    me puedo imaginar las aldeas y el pueblo.
    !!!Que disfrutes mucho de ese nuevo ambiente!!

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  4. ma o meno como sancarlodeltiradero o lavegadellos!!!!

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  5. Hola Rixi, no beas que paseo tan xuli te has dado, no? Salvo el encuentro con el tipo pelligroso, no hay momentos de incertidumbre, de esos que tanto me gustan a mi, yatusabe, de esos lque dan como cosquillas por la barriga, pero bueno, mancantao igual.

    Hay por ahí una tal mariapura que dice que parece una novela tu paseo; supongo que se referirá a eso tan bonito que dices de que, cuanto más te alejabas del pueblecillo, más pequeñitas se veían sus casas, que no veas tú, eso te queda super bien en el bloj.

    Cuxa, ten cuidado que por ahí hay burros comecapuxas, luego no digas que no te avisé, eh?

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