miércoles, 29 de enero de 2014

Madurai

Llegué a Madurai el lunes 27 por la noche después de un largo viaje en tren. Lo bueno de ese tipo de cosas aquí (viajes largos, colas, esperas) es que nunca aburren ya que a tu alrededor siempre está pasando algo. A mi me tocó sentado junto a un joven tamil que venía estudiando para un examen, y frente a una pareja más mayor, ella de dientes prominentes y él que aprovechaba cada vez que yo me levantaba para poner los pies en mi asiento y luego lo limpiaba. Constantemente pasaban vendedores con pastelitos, té, juguetes, chai (un té con leche muy rico), perfumes y muchas cosas más; y por supuesto todo el mundo compraba porque, como digo, aquí la transacción comercial es constante. Cuando parábamos en una estación, en ésta se desataba la locura: un sinfín de vendedores que esperaban en el andén vendían sus cosas a través de las ventanas, gritando lo que llevaban. Cabe decir que la papelera donde tirar la montaña de desperdicios que esto genera (sobe todo vasos y platos de plástico) son las propias vías, a las cuales todo se tira cómodamente a través de las ventanas. En el techo, un montón de ventiladores de aspas agitan furiosamente el aire; hacia el final del viaje descubrí con alegría que era posible desactivar cada uno individualmente, menos mal porque me estaba ya entrando frío. Como punto final, para quien le interese, he de decir que el cuarto de baño, aunque infame, no lo era tanto como podría imaginarse.

Llegué a Madurai, la ciudad más grande que he visitado hasta ahora, y la más calurosa, y un rickshaw me llevó a través del tráfico salvaje hasta el barrio donde vivía P., una chica americana, mi contacto.

Después de mi última experiencia couchsurfera, yo estaba decidido a, si no me gustaba el plan, pirarme ipso facto. Pero no hubo necesidad. P. es una chica super simpática, me dio te y huevos cocidos, y charlamos durante mucho tiempo. Ella lleva un año y medio trabajando aquí y habla un poco la lengua asi que tiene un punto de vista muy interesante y bien fundado sobre la gente tamil. Me di una ducha, preparé mi cama, y asistí horrorizado al último ritual de P. antes de acostarse: con una raqueta eléctrica, recorrer el apartamento dando golpecitos en lugares estratégicos y matar asi a los mosquitos (hay MUCHOS). Le comenté que me producía cierto horror y ella me dijo "cada mosquito menos es una posibilidad menos de coger malaria". Le pedí entonces la raqueta y dormí con ella junto a mi colchón, levantándome de cuando en cuando para matar a algún mosquito desdichado... no hace falta nI siquiera encender la luz ya que la raqueta tiene una linterna incorporada; han pensado en todo.

A la mañana siguiente, P. me llevó en moto hasta el centro (un viaje divertidísimo, como todo aquí relacionado con la carretera) para que visitara por mi cuenta las callejuelas del centro y el templo de Meenakhsi.

Voy a intentar contaros ahora cómo es el centro de Madurai jajajjaj y cómo es el templo de Meenakhsi jajajajajajjajajja (me río porque es imposible).

El templo ocupa un gigantesco terreno cuadrado rodeado de un alta muralla; en cada uno de los puntos cardinales se erige una torre altísima bajo la cual hay una puerta; son zigurats espigados con toda su superficie abarrotada de esculturas de dioses, animales, héroes, demonios, todo muy colorido y, francamente, demasiado excéntrico para los sentidos. Y aún no había pasado al interior del templo... El centro de la ciudad, o al menos la ínfima porción que yo visité, son una confusión de callejuelas alrededor del templo, absolutamente atestadas de gente y comercios, de todo lo imaginable e inimaginable. Telas, ropa, muchas joyerias, juguetes, electrónica, libros, cacharros de latón, bisutería, bancos, especias, helados, velas de sándalo,  comida, comida, comida; un atestamiento extremo, cada comercio confundiendose con el de al lado, motos pasando por medio, desagües echando su porquería a la acera, polvareda, bullicio, regateo, y conversaciones aparentemente muy serias en esta lengua que es una de las más antiguas del planeta (P. me ha contado que, de hecho, y aunque siempre parezcan muy serios, sus conversaciones suelen girar en torno a qué has comido hoy, te ha gustado, qué has comprado, cómo es, cuánto te ha costado...).

Señoras barriendo con ramas, hombres conduciendo carros, niños de uniforme yendo al cole, mendigos sin dientes, sin manos, sin piernas, perros tirados donde sea, templos pequeños y santuarios por doquier, escaleras tenebrosas entre un comercio y otro que conducen, imagino, a las casas de esta gente. Parecido, y al mismo tiempo a un mundo de diferencia de lo que era Mahabalipuram; aquello eran dos calles, aquí la colmena de establecimientos parecía extenderse hasta el infinito.

Nunca me he alegrado tanto de encontrar una iglesia. En una plaza encontré una iglesia fresca y obscura que me ofrecía lo único que no se podía comprar en la calle: un poco de paz. Estaba desierta a excepción de dos mujeres y un guarda; cuando me miraban yo sólo pretendía que estaba rezando; y si por rezar se entiende encontrar la paz interior, vaya si recé, al santoral entero vamos.

Al rato volví a sumergirme en la colmena, esquivando a los infinitos amigos que te salían por doquier y querían que les compraras cosas. Comí un poco de picoteo (un par de plátanos, una bolsa de anacardos, un helado, zumo) porque aún no me atrevo a pedir comida de los puestos por miedo a que me sirvan una bomba pimientosa. Me compré unos pantalones y un turbante turquesa y me puse éste último; pero mucha gente me miraba raro asi que me lo quité :( Luego deje mis chanclas y cosas en una taquilla y por fin, a las 16h, cuando abrió sus puertas, entré en el templo por la puerta del Este.

¿Cómo definir lo que pasaba en su interior? Porque arquitectónicamente no debería ser difícil de explicar; pero era lo que hacia la gente allí dentro lo que me fascinó y emocionó como pocas cosas antes.

El edificio era como un laberinto de piedra, salas y más salas conectadas por corredores, algunos cubiertos y otros al aire libre, y el techo sostenido por grandes columnas también de piedra. Algunas partes sin embargo eran de mármol y otras de metal. En algunos de los corredores había vendedores vendiendo plátanos, cocos, velas y polvos blancos para que la gente se los ofreciera a sus dioses; había un estanque y un árbol sagrado. Dentro de las salas no había ni un sólo rincón sin una hornacina con un dios, o una estatua, o una mesa llena de velitas, o un mandala en el suelo o un montón de flores o lo que fuera. Mezclado entre todo esto, papeleras de plástico, chatarra oxidada y fuentes de agua mineral patrocinadas, lo decía bien en grande, por el Bank of India. Antes de emprender este viaje, y a cuento de otra cosa (del estilo decorativo de mi casa), leí algo sobre el concepto de "horror vacui", el horror al vacío que nos impulsa a llenar de algo todos los espacios vacíos. Creo que es una buena manera de explicar lo que se sentía en el interior del templo (y ya de paso también afuera en las callejuelas).

Y la gente dentro... aquello era como una fiesta, aunque ciertamente diferente a las que viví en Pondy. Había cientos de hindúes en las salas, cada uno rezando a un dios distinto (tienen miles de dioses), y cada uno haciéndolo a su manera; todos ofreciéndoles flores, aceites, y esparciendo polvos sobre las figuras de piedra. Había grupos sentados en círculo cantando juntos y había grupos que comían como si estuvieran en el salón de su casa. Había gente vestida elegantemente y gente harapienta, algunos rezaban sentados y otros en pie y otros tumbados boca abajo. Muchos niños pequeños, jóvenes, viejos, sacerdotes de torso desnudo y mendigos (a uno le di un plátano y a otra una galleta que a su vez me había dado una especie de monje). Y había una sala más grande que las demás en cuyo centro había un toro dorado bajo un palio. Cientos de personas sentadas a su alrededor cantaban algo hipnótico, y um sacerdote echaba por encima del toro litros y litros de leche, luego de agua, luego flores, hierba, fruta, luego agua de nuevo y vuelta a empezar. Yo no miraba aquello como un turista, ni siquiera como Ri; yo era un alienígena. Y luego había un punto a partir del cual los no hindúes no podíamos pasar, que es donde estaba el centro neurálgico del templo. Una larga cola se perdía por un pasillo y por más que me puse de puntillas y que los indios son bajitos, no conseguí ver lo que había allí dentro, y menos mal: de otra manera quizás mi cerebro alienígena habría explotado.
Pasé una hora y media en el templo y luego me senté junto a un estanque. Poco después me llamó P., que si me recogía en su moto. Agradecí esta vuelta a lo mundano, salí del templo y de nuevo fui Ri entre los indios.

Cenamos P. y yo comida deliciosa (yo una especie de pan con cebolla y salsas, ella unas tortitas) en un restaurante indio; la cuenta ascendió a casi 1 euro y en un alarde de cordialidad dije que la invitaba. Luego nos tomamos un helado, firmé en el libro de visitas de la heladería y de vuelta a casa a la sesión nocturna de tenis y a dormir. En todo este tiempo, P. me preguntó muchas cosas pero no por el templo de Meenakhsi. Y lo entiendo: ¿qué se puede decir de un sitio así?

4 comentarios:

  1. ¡¡¡¡dan ganas de estar ahí!!!!

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  2. !!Tela, tela!! Me ha encantado la descripción del agobio de calles, templo y el tuyo propio. Curioso que en la Iglesia hubiera paz y no hubiera nadie, y el Templo atestado y con tanto " caos- rezo" por todos lados. ¿Cómo visten los sacerdotes/monjes o lo que sean los que dirigen el cotarro? Olería bien con tanta flor, aceite y similares,no? Ea, a santificarse toca!!

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  3. Joer, Rixi, malegro de que te haya gustado el templo de Meenakhsi!! Ya te avisé de que, como no fueras a Madurai, quedabas inmediatamente desautorizado. Con Carmen y José Luis nosotros nos metimos por esa cola de la que hablas, a hacer una ofrenda (puja). Alba y yo nos perdimos... pero bueno, eso es otra historia.
    ¿Para cuándo un post sobre cómo cruzar la calle?
    Rikinadal4eb

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  4. cómo que la invitaste a cenar y luego te fuiste a dormir??? rixar, tas perdiendo facultades,,,;)

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