sábado, 10 de mayo de 2014

En la Calle de la Menta (segunda parte)

SEGUNDO DIA EN BOMBAY

Me desperté a las seis o las siete de la mañana aparentemente lleno de energía; pero me obligué a no salir del hotel hasta las nueve. Me quedé remoloneando y a las nueve salí escopetado a desayunar a un bar. Tomé una tortilla y una ensalada de frutas, en ambas de las cuales especifiqué "no picante": lo que hace la experiencia. Ahora es la época del mango, por todos lados hay vendedores de mango, zumo de mango, batido de mango, helado de mango; la ensalada de frutas era un 98% mango por setenta rupias, pero bueno. Después del desayuno decidí darme un paseo.

Bombay es una península en el Mar Arábigo unida a tierra firme por el norte; hace tiempo era un grupo de siete islas pero ahora ya no. En el extremo más al sur está el ya mencionado barrio de Colaba; al norte de éste está Fort y la VT, y luego la ciudad se extiende durante barrios y más barrios hasta donde alcance la comprensión.

Evidentemente, el sur, donde yo me alojo, es la zona más pudiente de la ciudad, donde están las sedes ministeriales y los bancos; los museos, los hoteles de lujo, la autoridad portuaria, los mejores hospitales, los jardines, los rascacielos. Yo no soy un experto en historia ni en arquitectura de la India así que no citéis lo que voy a decir a continuación en ningún trabajo de fin de carrera: es aquí donde más puede verse que un día todo esto fue propiedad de Inglaterra. La arquitectura es como de cuento, palacios góticos, cúpulas indias, gárgolas, rosetones de piedra, grandes arcos medievales, vidrieras. La VT (Hogwarts) es el súmmum de todo esto, es preciosa. Por dentro está atestada y es como una ciudad en miniatura. Alrededor las calles son anchas y limpias, hay muchísimos árboles, el tráfico es denso pero no caótico, por las noches todo está muy bien iluminado; sólo muy de vez en cuando se ve un templo pequeñito o una vaca desubicada. Incluso la gente parece diferente al resto de la India: hombres (y algunas mujeres) de negocios yendo con prisa a algún sitio, con sus teléfonos de última generación y sus pañuelos para secarse el sudor. Y son muy amables. Sólo muy de vez en cuando se ve un mendigo durmiendo en el suelo o un limpiabotas con su puestecillo muy bien preparado.

Total, que pasear por el sur de Bombay es más o menos como pasear por París, y no exagero ni un pelo. Lo único que falta son la vélib y los semáforos: cruzar la calle es un sálvese quien pueda (en eso se nota que sigues en la India).

Mi paseo me llevó hasta la Puerta de la India. Es un arco enorme y profusamente labrado, junto al mar. Es el monumento más conocido de la ciudad. Aquello estaba lleno de turistas indios echándose fotos y refugiándose en la sombra que proyectaba el arco, que conforme avanzaba el día iba haciéndose más y más pequeña. Junto al arco se levanta el hotel Taj, un edificio precioso con muchas cúpulas y ventanas y que es un monumento en sí mismo.

Había un tío muy rudo vendiendo tickets para dar un paseo en barco y me dije, ¿por qué no? La verdad es que ahora se me ocurre más de un motivo por qué no. Al final no pasó nada; pero visto el estado de mi sistema digestivo coger un barco fue una idea temeraria; y si el paseíto hubiera durado cinco minutos más la hubiéramos liado parda. El barquito se movía mucho, iba super lento, y además hacia un recorrido bastante decepcionante, no se vio nada especial, tan sólo barcos, muchos muchos barcos de todos los tipos y tamaños. Eso sí me gustó. Por lo demás, la conducción errática del piloto y su abuso de la bocina (porque no era una sirena típica de barco sino una bocina como de coche) me hizo ver que aquí conducen igual los barcos que los rickshaws. Y había unas señoras regordetas, sudando a mares, envueltas en saris muy aparatosos y cargando con bolsos voluminosos, que evidentemente se arrepentían de haberse subido al barco más aún que yo.

Por la tarde, después del almuerzo y la siesta de rigor, cogí un autobús hasta el barrio de Walkeshwar, que está en el otro extremo del paseo marítimo. Mi idea era luego andar todo el paseo marítimo desde allí hasta mi zona. En el mapa parecía una distancia plausible. Una vez más, volví a equivocarme. Me di un paseíto por Walkeshwar, un barrio de millonetis con edificios ultramodernos, urbanizaciones de alta seguridad y árboles gigantes; cuando llegué al paseo marítimo para empezar mi ruta ya se había hecho de noche y me encontraba muy cansado. Así que me limité a sentarme en el paseo a mirar embobado el perfil de la ciudad.

Hacía casi tres meses que mi avión había hecho escala en Bombay; sobrevolar la ciudad me había dejado alucinado y ahora, a pesar del malestar y del cansancio, me encantaba estar allí, me encantaba el ambientillo. Pasé por la playa de Chowpatti, donde había niños jugando al cricket y al bádminton, parejas paseando, vendedores de chai en bici, familias enteras que tenían allí instalado su hogar... una estampa se me quedó clavada en la memoria: un grupo enorme, veinte o veintico personas, seguramente una familia con pocos recursos que vivía en la playa; todos reunidos en torno a la pantalla de un portátil diminuto, en silencio, viendo una película típica de Bollywood, con sus héroes patosos, sus persecuciones espectaculares y sus historias de amor... aquél era el ambientillo que me encantaba. El de "no tenemos nada pero lo tenemos todo".

TERCER DIA EN BOMBAY

Bombay, la quinta ciudad más poblada del mundo, tiene por lo menos diez estaciones términus para trenes de larga distancia. Mi tren desde Bombay hasta Kochi sale de una estación perdida de la mano de dios llamada Lokmanya Tilak. Mi segunda maleta seguía guardada en la Bombay Central Station. La idea era, el día del viaje, ir hasta la BCS, coger la susodicha maleta y luego ir hasta Lokmanya Tilak en el cercanías (lo cual requiere dos trasbordos); todo el rato cargando con otro mochilón a la espalda. Me di cuenta de que era un plan poco factible porque mi estado físico no estaba en su mejor momento; además de no conocerme el camino, etcétera.

Así que se me ocurrió otro plan. Mi tercer día en Bombay, bien temprano, fui en autobús hasta la BCS, recuperé mi maleta de la taquilla, y luego fui en cercanías (aquí le llaman suburbano) hasta Lokmanya Tilak.

Si alguna vez en mi vida he dicho que había mucha gente en algún sitio, o que íbamos muy apretados, o me he quejado de que alguien me empujase... me arrepiento. En el suburbano de Bombay HABÍA mucha gente. Hice dos transbordos y nunca he visto la locura humana en estado tan puro. Conforme el tren se acerca, una multitud se agolpa en el andén; el tren no tiene puertas y los más expertos se bajan del vagón en marcha y la masa les sirve de amortiguación. Algunos bajan por el otro lado, hacia las vías. Cuando el tren casi se ha parado, una marabunta de hombres entra en el vagón, empujándose, golpeándose; el individuo desaparece y todos los cuerpos son uno. Una multitud también entra desde el lado de las vias; las mujeres tienen vagones propios (de donde entran y salen de manera mucho más civilizada). Cuando tuve que bajarme por primera vez, no me esperaba semejante locura y fui zarandeado, pisado, mis gafas casi volaron; la maleta se me quedó enganchada entre los cuerpos que empujaban hacia dentro del vagón; yo gritaba "my bag! my bag!", y casi la pierdo en la masa. Finalmente pegué un tirón muy fuerte en que casi me descoyunto el brazo, y recuperé mi maleta.

Llegué, no sé cómo, a Lokmanya Tilak, fatigado y odiando a todos los indios; y allí me golpeó algo más: la pobreza. En este viaje he visto bastantes situaciones de miseria; pero el breve trayecto entre la estación del suburbano y la de larga distancia en Lokmanya Tilak, casi que se lleva la palma. Había un río negro y pestilente, montañas de basura pudriéndose donde se pasean mujeres escarbando con ganchos y ratas de medio metro; al otro lado del río empezaba un barrio de chabolas, atestado y miserable y colorido. Por encima, haciendo sombra a la escena, una autopista levantada sobre pilares gigantes. Sudando a chorros llegué hasta la consigna de la estación; me hicieron ir al quinto pino a pasar la maleta por unos rayos X, luego volví con un papelito y por fin pude deshacerme de la maleta.

Por suerte, para la vuelta hay un tren directo entre Lokmanya Tilak y la VT, y no iba tan atestado de gente, así que pude ir sentado; desde la ventana se me mostró entonces aquella otra cara de Bombay que aún no había visto. El barrio de Dharavi, atravesado por las vías del tren que lleva a los bussinessmen a sus oficinas y a los turistas a sus hoteles; un laberinto interminable de chabolas y gente que se extendía en todas direcciones.

Por la tarde, haciendo caso omiso a las señales que me mandaba mi organismo para que descansase, me fui a dar un paseo. Había visto en el mapa un bazar gigantesco junto a la VT que parecía interesante, y no me decepcionó. Calles y calles y más calles atestadas de gente y de puestos vendiendo las más variadas mercancías. Habia los más diversos gremios: libreros, sastres, fruteros, chatarreros, incluso una calle llena de mendigos tullidos; cada dominio era un universo diferente con sus olores, sus sonidos, sus maneras de trabajar; y sobre todo la multitud, la cantidad de gente, fue lo que me impresionó. Un paseo detenido por esas calles hubiera enseñado lo que se puede aprender en una vida.

Mi cuerpo seguía lanzando señales para que dejase de andar y me fuese a descansar. Pero al final de cada calle parece que aguarda algo más interesante todavía, "cinco minutitos más", y total, que acabé destrozado. Así que acabé pillándome un taxi (en el centro de Bombay no hay rickshaws sino taxis negros con el techo amarillo), un coche antiquísimo muy chulo, que me llevó de vuelta a la Calle la Menta.

ADIOS A BOMBAY

A la mañana siguiente se demostró la astucia de mi plan: sólo con la maleta de la espalda fui desde mi hotel hasta Lokmanya Tilak; allí recuperé mi segunda maleta y las amarré ambas con una cuerda debajo de mi asiento. Me esperaba un viaje de treinta horas hasta Kochi, mil y pico kilómetros más al sur. A visitar a José, Carmen, Ajith, y el jardín fastuoso. 

La visita a Bombay había sido muy instructiva; muy corta, sí, pero a caballo regalado no le miremos el diente. Ahora, volver a Kerala era un poco como volver a casa, casi como si mi viaje se hubiera acabado, reflexioné con tristeza mientras el tren abandonaba lentamente Bombay. Pero bueno, no me hagáis mucho caso: la ciudad es tan grande que el tren tardó casi dos horas en salir de ella, así que me dio tiempo a reflexionar sobre muchas cosas.

2 comentarios:

  1. Ya veo que Bombay no es todo tipo Harri Potter, y que la ciudad te deja disfrutar, pero también te obliga a reflexionar ( chabolas, paseo marítimo relajante , bazares con MUCHA GENTE ...). Me impresiona mucho la calle de los tullidos.
    Da cansancio ajeno leer todo el trajín de medios de locomoción que tienes . !Qué te gustan los trenes!!

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  2. aquél era el ambientillo que me encantaba. El de "no tenemos nada pero lo tenemos todo".
    Cuando tuve que bajarme por primera vez, no me esperaba semejante locura y fui zarandeado, pisado, mis gafas casi volaron; la maleta se me quedó enganchada entre los cuerpos que empujaban hacia dentro del vagón; yo gritaba "my bag! my bag!", y casi la pierdo en la masa. Finalmente pegué un tirón muy fuerte en que casi me descoyunto el brazo, y recuperé mi maleta.
    Un paseo detenido por esas calles hubiera enseñado lo que se puede aprender en una vida.
    Es que le he pillao el truco a los subrayados, es como si yo dijera mi opinion del pos de Ri a través de sus propias palabras, o algo así.

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